Más de 20 jóvenes de toda España acudieron al encuentro de “Puertas Abiertas” celebrado en Madrid. ¿Y de qué se trataba? De plantearse, en serio, qué futuro, qué lugar ha pensado Dios para cada uno de ellos. Por equipaje llevaban pequeñas mochilas, un saco de dormir, un hormigueo en el estómago y mucha ilusión. Todos los jóvenes tenían algo en común: la necesidad de acercarse más a Dios, las ganas de descubrir su lugar en esta sociedad, de encontrar respuestas a las preguntas más profundas. Y la necesidad de estar cerca de los que más sufren, de los olvidados, de los que no sueñan con un mañana.
La primera noche se alargó contando por qué habían decidido ir, hasta dónde llegaba su compromiso y cómo estaba su corazón. Cada uno expresó de una forma diferente su relación con Dios, pero lo que todos compartían es que caminaban sobre las huellas del mismo Dios. Con un zapato de papel en la mano explicaron cómo era su camino. Algunos sentían andar con paso firme mientras que otros preferían colocarse al principio del camino.
Ninguno imaginaba que el sábado sería un día tan intenso. Primero se trató la vocación cristiana: qué significa seguir a Jesús y qué es eso de la Buena Noticia. Después se planteó la vocación vicenciana: el servicio a los pobres. La mañana terminó con los testimonios de una hermana, un padre y de otros jóvenes que quisieron contar por qué se habían planteado a fondo su vocación, y por qué habían pensado, al menos alguna vez, entregar su vida a Dios y a los pobres. Y así, de forma sincera, y con el corazón en la mano, se compartió el camino recorrido, la experiencia de Dios, las dificultades. Pero también la superación de todas ellas.
Por la tarde, las postulantes y los estudiantes paúles dieron su testimonio. Sus primeros pasos, a veces vacilantes, del comienzo de esta vocación de Hija de la Caridad o de Padre Paúl. Explicaron su servicio, las clases y, sobre todo, cómo decidieron dar este paso. Un vídeo permitió a los jóvenes viajar hasta la India y conocer, de manos de una hermana, la labor que hacían con los más pobres, con los leprosos.
El domingo las seminaristas abrieron sus puertas para contar cómo vivían en el Seminario. Lo primero que impactó a los visitantes fue la paz y la alegría que se respiraban en medio de la ciudad que nunca duerme. Y allí, esperaba otra sorpresa: el testimonio de una hermana que había acudido a Haití después del terremoto algunos meses y que ahora lucha por superar un cáncer. Sus palabras sobrecogieron a los jóvenes, no sólo por la situación de los damnificados, sino sobre todo por la vida de esta hermana. Les atrajo su empeño en acercarse cada día más a Dios, su invitación a vivir centrados en las necesidades de los demás; de ver a Dios en cada persona, de llevar una vida sencilla y pobre, como las personas a las que sirve la Compañía; de no juzgar, de responder a lo que Dios pide en cada momento y de valorar lo afortunados que somos.
La eucaristía y la comida en el Seminario pusieron el final al encuentro. Un fin de semana que cambio la vida de algunos, conmovió a otros y que cuestionó a todos. Dos días para plantearse su vida, compartir experiencias, sentimientos y descubrir que en este camino de la vocación nunca se viaja solo.
Patricia
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